César Auguste Franck, nacido en 1822 y fallecido en el año 1890, un hombre austero y reservado, centrado en los valores espirituales de la música, fue un compositor absorto en su interioridad, un excelente organista y un maestro alrededor del cual se reagruparon espontáneamente los jóvenes músicos franceses.
Además en medio de la crisis con que culminó el Segundo Imperio y del cúmulo de desesperanza que suscitó su caída, se afirmó en Francia la necesidad de impulsar el renacimiento de la música nacional y el principal artífice de este “musical” hecho fue el compositor belga Franck.
Las raíces de Franck están implantadas en la sólida burguesía belga, a la que pertenecía su abuelo, Barthélemy que se casó con una rica holandesa. De esta unión nacieron nueve hijos, el último de los cuales fue Nicolas Joseph, que se casó con Marie Catherine y fue padre de dos músicos, nuestro César Auguste y su hermano Joseph (éste, que vivió entre 1825 y 1891, tuvo su momento de celebridad como concertista de piano y como organista en París). César Auguste, que muy pronto se redujo su nombre simplemente a César, dio pronto excelentes pruebas de su talento musical en el Conservatorio de Lieja, la ciudad belga donde nació.
El maestro belga llegó a París con su padre en 1835, fue confiado a Pierre-Joseph-Guillaume Zimmermann para el estudio del piano, y a Antonin Reicha para que practicara el contrapunto. Todo el celo desplegado por su padre, el también músico Nicolas Joseph Franck obedecía al hecho de que César había dado excelentes pruebas, en Lieja, no sólo como alumno, sino además como compositor y concertista. César obtuvo gran provecho de las lecciones de Reicha, interrumpidas en 1836 debido a la muerte del maestro, y en el curso de dos años se afirmó en París. A pesar de esta pérdida, las composiciones de Franck aumentaron y crecieron en dimensión: el Trío op. 2, la Première Grande Sonate op. 10, los dos Conciertos para piano y orquesta op. 9 y 11. También dio conciertos en la sala de un conocido constructor de pianos, Pape, y en tales ocasiones, se exhibió junto con otras celebridades, como Liszt, Alkan, Pixis.
Por su parte, Nicolas Joseph propuso a su hijo que compusiera una égloga bíblica en tres partes titulada Ruth, sacada de la Biblia gracias a la ayuda e intervención de un literato llamado Guillemin, así que la idea de Franck padre fue aceptada por el joven compositor belga. Aproximadamente en un año quedó terminada Ruth y, después de muchos manejos por parte del padre de César Franck, fue interpretada en la Sala Érard el 1.º de noviembre de 1845, en presencia de los principales músicos activos de la sociedad parisina. Después de la interpretación de esta obra fue cuando César se despojó para siempre de la tutela de su padre: se casó, tuvo cuatro hijos (de los cuales dos de ellos murieron inmediatamente y los otros sobrevivieron) y se inició el período oscuro de su vida.
El 22 de febrero de 1848, abierto el enfrentamiento con su padre, Franck se casó con su alumna Eugénie-Félicité-Caroline Saillot-Desmousseaux. El hecho fue suficiente para despertar las iras de su padre ya que encarnaba el espíritu burgués de la época más retrógrado en el que una “insignificante” alumna era poco para su status y el de su hijo. Finalmente, tras la boda, el compositor belga se vio obligado a dedicar gran parte de su tiempo y de sus energías a las actividades remunerativas para asegurar el bienestar de su nueva familia. Gracias a un sacerdote amigo, el abate Dancel, consiguió en 1858 que el musicólogo belga fuera nombrado organista de la iglesia de Sta. Clotilde. Dicho órgano construido por Aristide Cavaillé-Coll (uno de los renovadores de la técnica de construcción de órganos en el siglo XIX) se convirtió en el emblema de la personalidad de Franck, hombre reflexivo y sencillo a un tiempo, huidizo y concentrado en su abstracto universo musical que no paraba de repetir: “Mi órgano es mi orquesta”. En 1859, un año después de haber obtenido el puesto de organista en Sta. Clotilde, César Franck inauguró el gran órgano de Cavaillé-Coll, que tocaría hasta su muerte.
Para este instrumento compuso, entre otras obras, la célebre recopilación titulada Seis piezas para gran órgano que se suceden en el siguiente orden: en primer lugar, la Fantasía en Do mayor, dedicada a Alexis Chauvet, organista de la Trinité; después, la Gran pieza Sinfónica en Fa sostenido menor, dedicada al pianista Charles Valentin Alkan, en la que se manifiesta el intento de llevar al órgano la estructura de la sinfonía; sigue el Preludio, fuga y variación en Fa menor, dedicado a Saint-Saëns, la mejor de las seis composiciones, dado que en ella coinciden valores tímbricos refinados y una clara estructura, al igual que ocurrirá en las piezas análogas para piano compuestas por Franck hijo en los últimos años de su actividad.
Durante este período de su vida, también compuso algunos cánticos sobre textos espirituales, los Tres motetes y la Misa a tres voces para soprano, tenor y bajo, con acompañamiento de órgano, arpa, violoncelo y contrabajo, interpretada por primera vez en Sta. Clotilde el 2 de abril de 1861. Los últimos años de vida del compositor César Franck fueron los más exitosos ya que, a su alrededor se había constituido un grupo fiel de alumnos, la llamada bande à Franck, era como si el músico que había permanecido tanto tiempo sumido en su interioridad se hubiese despertado de repente.
En el último decenio de su vida, César Franck compuso una buena parte de su producción sinfónica como el Poema Sinfónico Psyché, en el que interviene el coro, la “escena bíblica” Rébeca o el nacimiento de las Variaciones sinfónicas y Les Djinns, las dos para piano y orquesta y, los Tres corales para órgano, entre otros.
En definitiva, el compositor belga alcanzó la fama bastante tarde: fue en 1871, al celebrarse el primer concierto de la Société Nationale de Musique (contó como figuras: Saint-Saéns, Fauré, Jules Massente, Edouard Lalo…) en el seno de la cual adquirió un notable relieve y encontró el ambiente adecuado para que su música fuera valorada. La muerte le llegó a los 68 años de edad (no tan tarde como su reconocimiento profesional) un 8 de noviembre de 1890, a consecuencia de una pleuritis mal atendida.
La sonata para violín y piano obedece a ese lento pero exhaustivo y detallado proceso creador que le lleva a culminar en el año 1886 esta magnífica obra, que ya había sido planeada 27 años antes.
Esta sonata es un verdadero modelo en cuanto al tratamiento de la forma cíclica se refiere. Consiste en exponer un tema principal que reaparece con variantes en cada movimiento. En este aspecto, Franck es sin duda alguna el maestro.
La sonata presenta la tonalidad de La mayor y está toda ella basada en tres células melódicas generadoras que recorren toda la pieza.
Dedicada al violista Belga Eugene Ysáye (1958-1931), la obra abre nuevos horizontes dentro del género. Por una parte, se respira en ella un ambiente puramente romántico, heredado del auténtico Lied Alemán, y por otra se percibe esa libertad y flexibilidad casi improvisatoria que la música francesa posee. Con todas estas novedades la sonata está desarrollada en cuatro movimientos:
El primer movimiento allegretto. Nos es magistralmente presentado en forma de sonata sin desarrollo. Consta de un tema principal que contiene la primera célula melódica de la que hablábamos anteriormente, cuyo atractivo reside especialmente en su misterioso equipaje armónico(acordes de novena) que viaja acompañado de una gran incertidumbre tonal. Este tema oscila hacia la dominante desde donde arranca la segunda melodía, extremadamente modulante y de verdadera belleza lírica. Tras la reexposición, de nuevo aparece la primera célula melódica, la cual dotada de una enorme fuerza expresiva y sugestiva, se encarga de cerrar felízmente este primer movimiento.
El segundo movimiento allegro en Re. Corresponde a la forma tradicional de primer tiempo. Encontramos en él la vehemencia y vigor de un tema rítmico que abre esta sección. Expuesto por ambos instrumentos (piano primero y violín después) el tema es acompañado por un ornamento dinámico y en tres fases diferentes. Seguídamente, una breve transición construida con material de la priméra célula, da paso al precioso segundo tema, auténtica expansión melódica dispuesto en tres fases dobles, en donde la grandiosidad de la armonía hace de este pasaje uno de los más inspirados y emotivos de esta sonata en concreto y de la música Franquiana en general. El desarrollo, bastante largo, comienza con "un recitado quasi lento" que enlaza con un fragmento basado en el segundo tema a partir del cual se suceden contínuos cambios de tono, ocasionando interesantes modulaciones que vacilan entre la oscuridad y la luz. Finalmente la reexposición libera de esta vaga atmósfera incierta preparando el tramo final, que constituye esa magnífica subida arriesgada y compleja técnicamente para ambos instrumentos, suponiendo la explosión de todo el material lírico y emocional contenido y expuesto a lo largo de este brillante y genuino segundo tiempo.
Tercer movimiento Recitativo-Fantasía. Es de gran originalidad e inspiración. Sirve de andante y presenta un aroma muy cálido, tranquilo pero a la vez apasionado. Está pensada a partir de una fantasía propiamente dicha y una melodía compuesta de diversos elementos. La fantasía consta de un doble recitado, que se repite dos veces en función de cambios armónicos sugerentes. Tras este sensual y arrebatado recitativo,observamos pasajes muy libres, casi improvisatorios, desembocando en virtuosas y pletóricas cadencias plagadas de riqueza sentimental. Exquisito pues resulta este recitativo fantasia, presidido por la magistral manufactura y sensacional calidad expresiva y melódica del maestro Belga.
Cuarto movimiento allegreto mosso. Es tal vez el mejor de los cuatro que contiene esta sonata. El tema principal forma un canon perpétuo a la octava, constituyendo además una melodía apreciadísima por su valor emotivo y conmovedor. La disposición estructural de este cuarto movimiento es muy particular, alternando secciones de canon con estribillo y cuplé. De textura muy rica y densa, la escritura de este final es originalísima. También hay que destacar pasajes de gran dificultad ejecutiva, mostrando a veces un sentido ampuloso y brillante que confiere a la pieza la categoría y prestancia que encierra en sí misma. Tímbricamente muy bien lograda, de sonoridad amplia y brillante, C. Franck recrea aquí uno desus máximos exponentes formalmente hablando. Este cuarto movimiento reune por tanto todas las condiciones necesarias para provocar de inmediato en el oyente el impacto, la admiración por la música de calidad.
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