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ASI HABLÓ ZARATHUSTRA (RICHARD STRAUSS)


Richard Strauss, (Munich, 1864 - Garmisch-Partenkirchen, 1949) fue un compositor alemán que ocupa un lugar de gran relieve en la historia musical de nuestro tiempo, en la que representa las postreras ramificaciones del romanticismo. Hijo de un solista de la orquesta de la ópera de Munich, empezó a aprender música a los cuatro años de edad. A los siete años escribía sus primeras composiciones. En 1875 tomó sus primeras lecciones de composición de W. Meyer. Desde 1874 a 1882 cursó la segunda enseñanza y luego se matriculó en la Universidad.
Hans von Bülow le llamó en 1885 para colaborar con él en la dirección del teatro de corte de Meiningen. Allí trabó amistad con A. Ritter, que ejerció una influencia decisiva en el joven músico y le convirtió al arte de Liszt y de Wagner. En 1886, después de un viaje a Italia, Strauss fue nombrado director adjunto de la ópera de Munich. Durante aquellos años compuso numerosos lieder y los poemas sinfónicos Macbeth y Don Juan. De 1889 a 1894 fue director de orquesta en el teatro de Weimar; de esta época datan el poema sinfónico Muerte y transfiguración y su primera obra teatral: Guntram.
Después de viajar por Grecia, Egipto y Sicilia (1892-93), Strauss fue sucesivamente director de la Ópera de Munich y de la de Berlín (1898-1919). Sus notables poemas sinfónicos ya le habían dado celebridad cuando afirmó con Salomé su concepción "sinfónica" de la obra teatral, que ilustró con producciones posteriores. Strauss, que como director de orquesta triunfó en las grandes capitales del mundo entero, fue codirector de la ópera de Viena desde 1919 a 1924. Pasó sus últimos años en Garmisch, donde murió.
Sus primeros gustos musicales estuvieron orientados por su padre, enemigo implacable del wagnerismo, corriente a la que oponía el formalismo de Mozart, Haydn y Mendelssohn. Influido por su progenitor, el joven Strauss, a sus dieciséis años, llegó a decir: "Dentro de diez años nadie sabrá quién es Wagner". Esta circunstancia, pura anécdota, no deja de ser curiosa si tenemos en cuenta el posterior devenir de los acontecimientos, con la evolución de la obra straussiana hacia el wagnerismo. De la misma, y aunque no son nada desdeñables sus obras de cámara y corales, despuntan por encima de todo lo demás los poemas sinfónicos y, por supuesto, las óperas.
En los primeros, Strauss combinó una elevada inspiración poética con unas hábiles resoluciones técnicas, sobre todo en el terreno orquestal. El primero de sus grandes Tondichtungen ("Poemas sonoros") y su primera obra maestra verdadera, después de la fantasía sinfónica Aus Italien (1886), fue Don Juan (1888-1889), en el que se advierte la influencia de Wagner y Liszt. Incomprendido por la crítica fue el poema sinfónico que siguió, Muerte y transfiguración (1888-1889), calificado el día de su estreno como una "horrible batalla de disonancias", a pesar de su certera paleta orquestal y su compacta construcción.
Las divertidas travesuras de Till Eulenspiegel (1894-1895) fue su siguiente obra programática, basada en las peripecias de un pícaro personaje de la Alemania del siglo XIV. Ésta daría paso, un año más tarde, a su inmortal y cinematográficamente célebre Así habló Zaratustra (1895-1896), libremente inspirado en la obra del mismo título del filósofo Friedrich Nietzsche. Kubrick incluyó su conocidísimo inicio en la banda sonora de su película 2001: una odisea en el espacio.
Sólo dos poemas sinfónicos más iba a componer Strauss: Don Quijote (1896-1897), para violoncelo y orquesta, según el esquema de un tema y variaciones, y Una vida de héroe (1897-1898), de índole autobiográfica, asombroso alarde de toda su ciencia orquestal. No podemos olvidar dos sinfonías de clara inspiración programática por tanto, emparentadas con el poema sinfónico, como son la Sinfonía doméstica (1902-1903) y la Sinfonía alpina (1911-1915).
Inaugurado el siglo XX, Strauss iba a centrar sus mayores esfuerzos en la ópera, convirtiéndose en uno de los compositores que mayores aportaciones ha hecho al género lírico: entre 1894 y 1942 compuso quince óperas, que evolucionan desde el wagnerismo militante de las dos primeras, Guntram (1892-1893) y Feuersnot (1900-1901), hasta un cierto agotamiento en las últimas, pasando por una etapa intermedia repleta de verdaderas obras maestras.
Sería en 1905 cuando el compositor alemán daría su primera obra cumbre dentro del género lírico: Salomé. Tras algunos problemas para llevar a cabo el estreno, especialmente por parte de la censura y de los cantantes, éste se produjo y Salomé pasó a ser uno de los hitos fundamentales del repertorio operístico. Sin dejar en ningún momento que el nivel decayera, Strauss compuso Elektra (1906-1908), obra con que iniciaría la fructífera colaboración con el libretista Hugo von Hofmannsthal.
Fruto de este binomio fue también El caballero de la rosa, estrenada en 1911 y radicalmente opuesta a su predecesora, puesto que a la agresividad de la primera se opone la frescura de la segunda, inspirada en el modelo mozartiano. Dejando a un lado la vía abierta por Salomé y Elektra, Richard Strauss compuso en 1912 la primera versión de la sutil Ariadna auf Naxos. La ruptura con su estilo "elektrificante" (como se calificaba la música de Elektra en caricaturas de la época) se ratifica con su ópera de atmósfera maravillosa La mujer sin sombra (1914-1918).
Aun sin ser desdeñables, son mucho menos relevantes las óperas compuestas por Strauss a partir de 1920: Intermezzo (1918-1923), Elena de Egipto (1923-1927), La mujer callada (1933-1934), Día de paz (1935-1936), Dafne (1936-1937) o El amor de Dánae (1938-1940) son los títulos menores de la producción lírica straussiana de los últimos años. Sólo Arabella (1929-1932) y Capriccio (1940-1941) son escenificadas esporádicamente en la actualidad. En la primera de ellas, la última con libreto de Hofmannsthal, Strauss regresa a la Viena de El caballero de la rosa; la segunda fue la postrera de las que compuso, ya octogenario. Se trata de una hermosa obra en la que se plantea el dilema, nunca resuelto, entre la supremacía de la palabra o la de la música dentro de la ópera.
En el contexto del romanticismo alemán, que glorificaba al individuo, Friedrich Nietzsche escribió "Así habló Zaratustra", en el que además de realizar ciertas predicciones sobre la humanidad, habla del Superhombre. Strauss interpretó musicalmente esta obra filosófica en la que Zaratustra es un símbolo del conocimiento y del misterio mediante su homónimo "Poema Sinfónico" Opus 30.
Se trata de una fantasía episódica de vastas proporciones en la que Strauss da rienda suelta a su inventiva, crea texturas orquestales muy densas y juega con la armonía en una obra en la que el compositor parece identificarse con el Superhombre del futuro, la última etapa del desarrollo de la humanidad.
En la Introducción, primero de los nueve números de que consta el "Poema Sinfónico", la música refleja la invocación inicial al sol naciente de Zaratustra. Después de pasar diez años como eremita en las montañas, Zaratustra decide regresar al mundo.
Dicho comienzo enlaza las imágenes del sol naciente con los orígenes de la humanidad, una música con resonancias cósmicas, y constituye uno de los fragmentos más conocidos de la historia de la música. No es de extrañar que el director de cine Stanley Kubrick se sirviera de él en su profética película de ciencia-ficción “2001, Una Odisea en el Espacio”. Strauss inicia la obra con un pedal grave en el órgano, apenas perceptible pero que genera gran tensión dramática. Una serie de acordes con interrogación por parte del metal es conducida de repente hasta un resplandeciente fortísimo de toda la orquesta. Tan sólo el órgano perpetúa el acorde algunos segundos más, a la manera de eco.


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