Nadie puede negar el gran aporte que ha hecho Mozart al arte pianístico mediante los 27 conciertos para piano y orquesta que compuso en su corta vida. Es cierto que los cuatro primeros - K. 37, 39, 40, 41 correspondientes al año 1767 - son transcripciones de diferentes movimientos de otros compositores que eran contemporáneos al niño Wolfgang. Recordemos que en esos momentos contaba apenas 11 años de edad. Pero a partir del quinto las cosas ya comenzaron a cambiar, y ello nos muestra el inicio de la verdadera estructura moderna de los conciertos, a los que se adaptaron al menos los compositores de la época romántica que siguieron a este genio de Salzburgo.
Mozart proporcionó el verdadero equilibrio que debe existir entre el instrumento del piano y la orquesta, es decir, no es un solista “acompañado” por un conjunto de músicos. Para el genio de Salzburgo no debía existir un duelo, sino un diálogo entre el ejecutante y la estructura orquestal.
Reflexionando sobre este aspecto musical, se puede destacar su concierto Nº 20, que fue terminada el 10 de febrero de 1785, ejecutada por el propio autor en Viena ya al día siguiente de haber puesto la última nota en el pentagrama. Para el conjunto orquestal fue casi como una lectura a primera vista.
El Concierto Nº 20 Köchel 466, está compuesto en Re menor, y con esta característica se evidencia como una composición “triste”. Hasta podemos considerar a esta creación como la más dramática que Mozart haya compuso en esta rama musical. Inclusive, llamativamente está escrito en la misma tonalidad que su futuro “Réquiem” y la ópera “Don Giovanni”.
¿Qué fue lo que ocurrió cuando Mozart ejecutó este concierto? El Emperador de Austria expresó a viva voz “¡bravo Mozart!”. Pero el público en realidad salió de la sala con una manifiesta división. La misma se debió a que algunos de los asistentes tuvieron la idea de que una expresión musical con estas características ― orquesta y solista ― debería de hacer “lucir” a este último, que debía de exhibirse en alguna medida lo que se entendía como “virtuosismo”, aunque sin desmerecer a la orquesta.
Como todos los conciertos de Mozart, el número de instrumentos no es grande, pero suficientes para expresar verdaderas maravillas: 1 flauta, 2 oboes, 2 fagotes, 2 trompas, 2 trompetas (todas en re), timbales (en re - la), violines, violonchelo y contrabajo.
El concierto consta de tres movimientos, los cuales se ajustan en buena medida al enfoque clásico: 1) allegro, 2) romanza, 3) rondó assai.
Desde el comienzo ya se pone de manifiesto el enfoque de todo el concierto. Entran todas las cuerdas con un ritmo relativamente lento, grave y en el tono menor. A los pocos segundos se añaden los instrumentos de viento, luego los timbales. A expensas del fagot y el oboe se desarrolla luego un segundo tema para dar la aparición del piano aproximadamente a los 2.30 minutos, tiempo que depende tanto de la orquesta como del ejecutante. Luego de la entrada del pianista se vuelve al tema inicial en un excelente equilibrio entre orquesta y solista. En este primer movimiento existe casi al final una cadencia, en donde cada uno de los pianistas puede hacer más que una exhibición de su virtuosismo, una excelente demostración de su musicalidad. La cadencia más conocida es la de Beethoven, y es a la que la mayoría de los pianistas se ajustan. Aparte de ello se sabe que el genio de Bonn le tenía gran cariños a esta composición, incluyéndola varias veces en sus conciertos cuando era joven. También Johannes Brahms, Johann Nepomuk Hummel y Ferrucio Busoni crearon sus respectivas cadencias, y en los días actuales algunos pianistas hacen las propias, caso del checo Ivan Clansky y el suizo Edwin Fischer ¿Y Mozart? ¿Escribió alguna cadencia? No, por la sencilla razón de lo que se mencionó con anterioridad; la ejecutó ante el público no bien la había terminado.
El segundo movimiento, escrito en Sol menor, se desarrolla sobre un notable contraste, como si el mismo estuviera desdoblado. Por este motivo, Albert Einstein expresó con relación a este aspecto: “Mozart nunca incluyó contrastes tan fuertes dentro de una sola obra, contrastes entre los tres movimientos así como dentro de cada uno de los movimientos individualmente”. Si bien la mayoría de los musicólogos lo dividen en cinco sesiones, de todas formas se pueden esquematizar en solo dos. ¿Cómo se comprende esto? Se inicia el mismo con una de las melodías más hermosas que jamás hayan sido compuestas para lo que es un concierto para piano y orquesta. Su lirismo es impactante. En apariencia consiste en un trabajo relativamente sencillo para el solista. ¿La razón? En ciertos momentos hay “muy pocas notas”, especialmente para la mano derecha, con lo cual la exigencia técnica por parte del pianista prácticamente no existe. Pero aquí hay que tener mucho, pero mucho cuidado. Esto nos recuerda muy bien lo que expresó en cierta ocasión Arthur Schnabel con respecto a ciertas obras pianísticas de Mozart, “Algunos grandes pianistas rehuyen a Mozart por la calidad de sus notas”. Y esto es muy cierto. En ese sentido el conocido pianista brasileño José Carlos Cocarelli se expresó de manera bastante similar: “Es difícil interpretar a Mozart porque es simple, pero tiene trucos, su simplicidad es
Pero luego de esta hermosa exposición melódica, Mozart ataca con gran brío, tanto en la parte orquestal como también con el solista. Este segundo movimiento finaliza con la melodía inicial, dándole un hermoso toque de conclusión.
El asunto de “rondó” es bastante llamativo. La razón de ello es que mientras el “allegro” y la “romanza” que corresponden al primero y segundo movimientos, sí fueron señalados por Mozart en su concepción original, no ocurrió lo mismo con el tercero. Esta forma musical, es decir, la calificación de “rondó” alguien la incluyó más adelante.
El tercer movimiento, “allegro assai”, es decir, “veloz”, “rápido” está de acuerdo a la forma en que entra el piano: lo hace con gran ímpetu, utilizando arpegios. Sobre el tono de Fa mayor la orquesta replica con todo su potencial. Luego se van alternando de manera maravillosa el solista con todo el conjunto, el diálogo es magistral. Finalmente se pasa a una coda final rematando este tercer movimiento de manera sorpresiva aunque triunfal. En su totalidad este concierto dura aproximadamente entre 32 y 33 minutos.
¿Quiénes han pasado a la grabación este maravilloso concierto? La mayoría de los grandes pianistas. La lista es interminable, enorme, y hasta se podría expresar, ¡qué pianista no ha ejecutado y/o grabado este concierto alguna vez! La belleza de esta composición constituye un verdadero atractivo para gran cantidad de ejecutantes, tanto para los conocidos como también los que no lo son.
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