domingo

OBERTURA DE LA CREACION (HAYDN)


Con La Creación podemos decir que Haydn se trasciende a sí mismo. Sabemos que afirmaba: “jamás me sentí tan fervoroso como cuando componía este oratorio. Todos los días rezaba al Señor para que me otorgase fuerzas con las que coronar felizmente mi obra”, palabras que no sólo dicen mucho a favor de la sinceridad religiosa de Haydn —tantas veces puesta en entredicho— sino que además nos hablan de una concentración y de una tensión creadora verdaderamente excepcionales. Y es que lo que sucede es que Haydn, al componer La Creación, está haciendo algo asombroso: está asimilando, está poniendo en práctica, con sesenta y cinco años sobre las espaldas, el espíritu del Sturm und Drang, la tensión prerromántica que está vigente en toda Europa pero que —¡y ahí está lo asombroso!— no va ser plenamente desarrollado por los músicos de su generación, sino de la siguiente (la de Mozart) y no va a tomar verdadero cuerpo hasta Beethoven. ¿Dónde está el Haydn burgués, satisfecho y felizmente acomodado en el ambiente doméstico?, ¿dónde está “Papá Haydn”?, ¿dónde está el músico carente de “pathos” (aún cuando este lugar común sea no poco discutible)? Haydn está realizando una proeza digna sólo de uno de los más grandes músicos de la historia. Sin duda ha sido influenciado por Haendel, pero se diría que en este momento es aún más decisivo el ejemplo de su querido y admirado Mozart, fallecido ya años atrás. Para Haydn la obra de Mozart tuvo que hacer las veces de un espejo en el que pudo verse reflejado: un punto de partida semejante, unas formas idénticas, pero un espíritu del todo diferente. Pensemos, por poner un ejemplo, en la modernidad de la representación del Caos. Si el barroco Jean-Ferry Rebel había descrito el Caos en su ballet de Los Elementos con verdadero vanguardismo, haciendo oír a lo largo de siete compases todas las notas de la octava en un único acorde, Haydn va a representar el mundo en desorden con mayor genialidad. En esta página maestra encontramos un formidable ejemplo de creación de un clímax, de una tensión que capta de inmediato al oyente de manera comparable, salvando todas las distancias, al que encontraremos en la introducción de la Novena sinfonía beethoveniana. Esta tensión es lograda gracias a la audacia de una ambigüedad tonal que en algún momento nos llega a evocar al mismísimo Wagner. El formalista Haydn utiliza en este espléndido fragmento una forma muy libre, cuya tensión se sirve de recursos tan beethovenianos como la reiteración de acordes, los golpes de timbal o los grandes efectos dinámicos.
La Creación es relatada por los ángeles Gabriel, Uriel y Rafael. Cuanto se creó en los seis días —en el séptimo Dios descansó— se describe de forma concisa, breve y detallada, primeramente (recitativos) para ser glosado a continuación (arias, dúos...). El final de cada uno de los días es halagado y festejado por los coros de las milicias celestiales (coro).
En el final de la segunda parte se describe el cenit de la obra de Dios: la creación del hombre.
La tercera parte de la obra es una gran conclusión en la qué se narra la vida placentera de nuestros primeros padres Adán y Eva, en el Paraíso.
La tensión fundamental del oratorio comprende desde la presentación del caos antes de aparecer la luz de la razón, hasta la armonía pura, principio del tercer acto (tres flautas, símbolo de la armonía y de la Trinidad). Casi tres años es lo que le comportó la elaboración de la partitura.


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