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GRAN MARCHA CORONACION DE "EL PROFETA" (MEYERBEER)


Giacomo Meyerbeer (de nombre de pila: Yaakov Liebmann Beer) (Vogelsdorf-Tarsdorf, Berlín, 5 de septiembre de 1791 – París, 2 de mayo de 1864) fue un compositor alemán, favorito del público parisino por la composición de óperas en el estilo Grand Opéra. Su obra más conocida es Les Huguenots.
Hijo de un acaudalado comerciante de azúcar de Berlín, fue niño prodigio y a los 9 años era ya pianista. Discípulo de Muzio Clementi, que sería uno de sus profesores de piano, desde muy pronto manifestó su atracción hacia el teatro. Sin embargo, halló su propio estilo sólo gradualmente, tras unos inicios convencionales bajo la influencia de su amigo Carl Maria von Weber.
Se le considera el creador del melodrama musical romántico, por lo general basado en un tema histórico y montado de forma grandilocuente, con efectismos teatrales que deslumbraron a sus contemporáneos; se sobrecargaba el escenario de personajes, había escenas de fuerte contraste, desde inundaciones hasta incendios. Es la última variante de la ópera seria: la ópera histórica de vasto aliento conocida como grand opera. Combina con gran habilidad los estilos francés e italiano con meticulosidad alemana.
Ayudó a Richard Wagner durante su estancia en París, si bien el fracaso de éste fue evidente ante un estilo hoy considerado encorsetado que nada tenía que ver con la complejidad dramática del drama wagneriano.
Entre 1836 y el fin de siglo, Meyerbeer fue una potencia mundial en música, estando considerado como el compositor más importante de la vida musical europea, con cifras astronómicas de representaciones. Sus grandes éxitos fueron Robert le diable, Les Huguenots y Le Prophète. Se convirtió en Director General de Música en Berlín en 1842
Meyerbeer murió en París el 2 de mayo de 1864 mientras trabajaba en su última gran ópera, La Africana, que se convertiría en uno de los mayores éxitos de la historia de la ópera.
Resultado de un largo proceso de elaboración, El Profeta (1849), en torno a Juan de Leyde, es, al decir de Joaquín Turina, la ópera más perfecta del autor; se trata de una opinión esquemática que apuntamos sólo por la valía de su emisor. Mas de sus páginas, hoy en día sólo se recuerda un fragmento, la estruendosa y circense Marcha de la coronación, un episodio vulgar equiparable a la Marcha triunfal de Tarpeja de Beethoven, cuyos malabarismos sonoros y tosquedad armónica general dicen muy poco en favor de Meyerbeer. Empero, la trascendencia de este fragmento tan tarareado ha sido tal (al ser lo más conocido de la ópera, llegó a comercializarse la partitura de forma independiente), que de algún modo ha simplificado la visión actual de nuestro hombre, considerándolo un músico de factura militar y poco más.
Tras dos obras menores pero igualmente bien recibidas, La Estrella del Norte (1854) y Dinorah (1859), con La Africana (estrenada el 28 de abril de 1865) Meyerbeer decía adiós de forma póstuma al mundo de la ópera al que tanto había contribuido. ¡Y qué decir ante tan nobles páginas salidas de su pluma más firme! La Africana es el equivalente meyerbeeriano al Otello de Verdi o al Parsifal de Wagner, el broche de oro a una carrera prodigiosa, una obra maestra de una riqueza melódica sin parangón y, con toda seguridad y junto a Los Hugonotes, la ópera decimonónica con el trabajo vocal más exigente jamás escrito tras Wagner y Verdi. Musicalmente es su creación más avanzada. Su refinada orquestación abunda en momentos de gran belleza (destacaremos la obertura, que explora los timbres exóticos sin olvidar la pura melodía de su curva) y dramatismo, aunque la obra quizá se alargue en exceso. Dos páginas sobreviven de tan magna ópera: las arias Adamastor, roi des vagues (Acto II), y especialmente O paradis (Acto IV), cantadas por el africano Nelusko y Vasco de Gama respectivamente; es (O paradis) un momento de un lirismo sobrecogedor, y una de las arias más notables de la gran ópera.


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