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CUARTETO PARA EL FINAL DE LOS TIEMPOS (MESSIAEN)


Olivier Messiaen, (Avignon, Francia, 1908 - Clichy, Hauts-de-Seine, id., 1992), fue un compositor, organista, pedagogo y ornitólogo francés. Una profunda fe cristiana, la fascinación por el hinduismo, la seducción por el color instrumental y, sobre todo, el amor a los pájaros y la naturaleza son algunos de los heterogéneos elementos sobre los que se sustenta el personal estilo de Olivier Messiaen, un autor difícilmente encasillable en una corriente concreta. Fascinante por su riqueza tímbrica, rítmica y armónica, inconfundiblemente moderna, su música es portadora de un mensaje humano y universal que supera su evidente confesionalidad católica.
Hijo de un profesor de literatura y traductor de Shakespeare, y de una poetisa, Cécile Sauvage, Messiaen creció en un ambiente favorable a toda expresión artística. Talento precoz, fue alumno del Conservatorio de París, donde estudió órgano (instrumento del que iba a ser un consumado intérprete) y composición. En 1936 fue uno de los fundadores de la Jeune France, grupo dedicado a difundir la nueva música francesa.
Llamado a filas tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, en 1940 Olivier Messiaen fue hecho prisionero por los alemanes e internado en un campo de concentración en Silesia, donde compuso el Quatuor pour la fin du temps. Acabada la contienda, el nombre del compositor comenzó a cobrar cierta relevancia, sobre todo a partir del estreno (en 1949 y bajo la batuta de Leonard Bernstein) de la monumental Sinfonía Turangalila.
Profesor en Darmstadt entre 1950 y 1953, y del Conservatorio de París desde 1966 hasta 1978, sus clases ejercieron una influencia determinante en compositores como Pierre Boulez, Iannis Xenaquis y Karlheinz Stockhausen. Aclamado como uno de los mejores compositores de su época, Messiaen recibió numerosas distinciones a lo largo de su vida, entre otras la de un monte en el estado norteamericano de Utah que fue bautizado con su nombre. La muerte le sorprendió mientras trabajaba en la orquestación del Concert à quatre, para flauta, oboe, violoncelo, piano y orquesta, culminado por su viuda, la pianista Yvonne Loriod.
En 1940, en la Batalla de Francia, Messiaen fue hecho prisionero de guerra, y mientras estaba encarcelado compuso su «Quatuor pour la fin du temps» para los cuatro instrumentos disponibles ahí: piano, violín, violoncello y clarinete. La obra fue estrenada por Messiaen y sus amigos prisioneros ante una audiencia de prisioneros y vigilantes, una obra monumental, revolucionaria y definitoria del género, compuesta para una rara combinación de instrumentos (clarinete, violín, violonchelo y piano), que desde su estreno ha ejercido un profundo efecto en las audiencias, tanto entre los conocedores como también entre los aficionados. Las circunstancias de la creación del cuarteto son realmente sorprendentes, e incluso podrían calificarse como milagrosas, atendiendo a que Messiaen estaba recluido en un campo de concentración alemán. Así lo narra el compositor: “El Cuarteto para el fin de los tiempos, concebido y compuesto en cautiverio, fue estrenado en el campamento Stalag VIIIA, el 15 de enero de 1941 […]. Los cuatro músicos lo interpretamos con instrumentos en estado deplorable: el chelo de Etienne Pasquier sólo tenía tres cuerdas; las teclas de mi piano vertical no ascendían cuando las tocaba… Y fue precisamente en ese piano […] que tocamos mi Cuarteto para el fin de los tiempos, ante una audiencia de 5,000 personas, donde se mezclaban las clases más diversas: campesinos, obreros, intelectuales, médicos [y] sacerdotes. Nunca antes me habían escuchado con tanta atención y comprensión…”.
El Cuarteto para el fin de los tiempos, que cuenta con ocho movimientos, fue inspirado en las visiones proféticas de San Juan en el Capítulo 10 del Apocalipsis, donde describe cómo un ángel anuncia el fin de los tiempos; y cuenta con secciones de títulos sugerentes y misteriosos, como “Liturgia de cristal”, “El abismo de las aves”, “Danza de las furias, para las Siete Trompetas”. Pero si bien la mención de estos nombres provoca curiosidad, el contenido de los mismos no sólo se corresponde, sino que trasciende cualquier detalle imaginario. Los cincuenta minutos y quince segundos que dura el cuarteto, están llenos de una energía secreta que nos eleva, sobrecoge y subyuga, a pesar de que realmente constituyen armonías y estructuras tímbricas extrañas no sólo para la época en que se compuso y estrenó, sino incluso para estos tiempos. El crítico Marcel Delannoy escribió, luego del estreno de la obra en París (1941): “Sus intenciones desarman al crítico con anticipación, en la medida que asumen el problema resuelto: lo etéreo escrito en blanco y negro; los medios sobrehumanos; la eternidad que se acerca mientras lo temporal desaparece, debido a una composición que debe analizarse desde la perspectiva de un proceso místico…”.